La confianza se destruye en un segundo

Comenzó a hablarme sobre sucesos pasados, temas que de algún modo pasaron de tener un grado de importancia a obtener simplemente uno de total irrelevancia.
No dolía, ni molestaba, me hablaba con total naturalidad, quizás el nerviosismo se veía un poco reflejado en el movimiento de sus manos y aquél movimiento peculiar en sus labios. No me detuve a pensar en ello, había apreciado el valor que tomo en revelarme aquél secreto que había guardado por mucho tiempo y sonreí aliviada de que no causaba ningún mal que pudiera llegar a afectar mi presente construido.
Fue entonces cuando sentí la estabilidad suficiente para poder revelarle mi temor respecto al tema, confesarle acerca de aquello que más bien estaba deseando soltar, para finalmente cerrar etapas.
En ese momento comprendí que nuevamente la confianza se destruye en un segundo, que aunque pase el tiempo jamás sera suficiente para que los errores se resuelvan, constantemente se basa en una repetición de hechos discontinuos a lo largo de los siguientes meses, no podía confiar pleno. Cuando constituía las herramientas necesarias que fortalecieran mi seguridad, terminaba siendo completamente desvanecida.


Cuando pensé que hechos como este solo sucedían una vez, me dolió comprender lo mucho que estaba equivocada.
Siempre cuestioné a la gente que oculta cosas porque tal vez nunca tuve el valor suficiente en poder imitar aquellas conductas y siempre he sido totalmente sincera con las personas a las que les tenía ciertos grados de cariño. Desde un principio sabía que hay cosas que se ocultan por temor pero varias me tomaron por sorpresa, no soy de juzgar a las personas por ello, más bien me culpo a mi misma por no ofrecer la confianza suficiente para que quienes quiero sean totalmente transparente conmigo como yo lo era con ellos. Sentirme culpable me hacía trasnochar en los pensamientos que rodeaban mi mente haciéndome sentir perdida entre tristezas. A lo mejor evadir el tema seria la respuesta más sana, intenté ahogar mis penas en pequeños sollozos que me ayudaban a desahogarme, respiré profundo y me esforcé por hacer caso omiso a esas revelaciones, al fin y al cabo nadie es digno de juzgar, y acabé aliviada de que las mentiras no perdurarán.

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